
Al ver dos perros en pleno cortejo el subconsciente analiza. El perro macho que a 10 metros puedo ver su viril miembro, esta sudoroso, sus pupilas se ven iluminadas y sus muslos tiemblan, el deseo es más que evidente. La perra, no como el diminutivo burlesque y peyorativo tiende a saltar, es como si estuviera emocionada de ser cortejada; no es para menos. Ella es una perra muy pequeña, me atrevería a decir que es una pudder y el macho, su nueva pareja; es un Golden retriver. Imagino sus saltos son como la fantasía de una maracucha al tirar con un negro de las Antillas…
Ambos animales están atados con cadenas finalizando con la mano de sus dueños. Ellos abrumados por el espectáculo, la melanina actúa sobre sus pómulos. Entre ellos existe el mismo deseo, puedes ver las miradas, como comienzan los poros a sobresalir y penetra la piel del compañero. La perra huele el miembro del perro y viceversa, las cadenas se mezclan pero en un instante son separados por sus duegnos.
Somos primitivos, instintivos. Creamos el fuego pero a su vez la moral, la pertenencia, la inseguridad. Podría una cucaracha sentir celos en medio de las orgias que realiza? Puede un sencillo ratón guardar su fidelidad para una sola rata ostentosa de aquel liquido virginal?
El instinto sexual nos atrapa y nos recuerda lo animales que somos. Aparece, cósmicamente aparece, B I S E X U A L I D A D. El perro que hace poco coqueteaba con la pequeña Pudder ahora se abalanza contra un perro, tiene el mismo temblor en sus muslos, huele el miembro de su nuevo compañero, es inevitable pensar…
Deshago mi mirada, el cigarrillo se ha consumido…
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